“Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado”
Sólo desde el amor recibido se puede amar. Sólo desde la memoria del don cabe compartirlo. Cuando la exigencia se percibe como obligación se vuelve violencia. El argumento de Jesús, para pedirnos que amemos a los demás, consiste en que, al mismo tiempo, seamos conscientes de que somos amados de Dios.
Hemos escuchado de labios del Maestro: “Como el Padre me ha amado, así os he amado yo, permaneced en mi amor”. Si nos mantenemos en la conciencia de sabernos amados, es muy difícil que tratemos a los demás de forma desconsiderada.
El amor divino es circular, ininterrumpido, amor trinitario, que se desborda en amor a la humanidad y a todo ser viviente. Existimos porque Dios nos ama. Si Dios no nos quisiera, no habríamos llegado a ser historia.
A la luz del capítulo 21 de San Juan, en el que se describe cómo el Maestro pregunta a su discípulo por el amor que le profesa, sólo se puede interpretar la pregunta como interés de Jesús en restaurar el corazón herido de Simón Pedro. Cuando se ama a otra persona, se desea saber si ella también siente lo mismo. A quien no se profesa amistad o se le desconoce no se le pregunta si nos ama o no. El examen sobre el amor que hace el Resucitado a Pedro explicita lo que sucede en verdad, la amistad y el amor del Maestro a su discípulo.
Para mayor demostración de que sólo desde el amor recibido se puede responder con amor, Jesús pregunta a Simón, hijo de Juan, después de haber comido, que se entiende como después de celebrar la fracción del pan.
Discernimiento
¿Te sientes amado de Dios? En tu respuesta solidaria, ¿tienes conciencia de que das de lo que has recibido, o te crees generoso y un tanto héroe por el bien que haces? ¿Eres consciente de que tus dones los debes administrar para bien de los demás?
Testimonio
Los primeros cristianos ponían todo en común, y nadie llamaba suyo propio nada de los que tenía. Ningún don se recibe para provecho propio, sino para ponerlo en servicio de los demás.